domingo, 21 de abril de 2019

El Don

El título del que hablaré en esta ocasión es uno de esos extraños casos en los que el azar quiere que sea el libro el que escoja al lector, y no al contrario, como suele ser habitual.  Alguien a quien aprecio necesitaba hacer sitio en su biblioteca y con una generosidad que no llego a comprender - soy ruin y avara con mis libros, los atesoro como el taimado Golum - ofreció despreocupadamente a varias personas algunos de sus volúmenes sobrantes. Entre los excedentes, un par de libros los había leído y otro par fueron escogidos por manos más rápidas. Y me tocó el chino. Así, como suena, aunque quede feo decirlo. La verdad es que me hizo ilusión, puesto que nunca, hasta este momento, había leído nada de ningún autor del país del sol naciente. 

Mai Jia era un completo desconocido para mí. Sin embargo, al investigar brevemente su trayectoria averigüé que ni él ni su libro son nuevos en el mundillo literario. “El don”, su ópera prima, se publicó en el 2002. Tuvo un alumbramiento difícil, a su autor le costó once años que naciera y, tras conseguirlo, el orgulloso padre tuvo que peregrinar por toda China coleccionando decenas de rechazos editoriales para su retoño. Pero este cuento tiene final feliz y moraleja: todo esfuerzo tiene su recompensa y cuando por  fin “El don” vio la luz, fue un bombazo en su país. Millones de lectores se engancharon a su historia y a la cola de China vino occidente. En la actualidad la crítica presenta a Mai Jia como uno de los autores chinos más talentosos y afamados. 


Autor: Mai Jia; traducción de Claudia Conde
Título: El don
Editorial: Destino, Ed. 2014
Pag: 480


Sinopsis:

«Si se para a pensarlo ―continuó el director―, un genio matemático, alguien que desde la infancia había estado en contacto íntimo con la interpretación de los sueños, un hombre que había estudiado la filosofía china y el pensamiento occidental, y que había explorado las complejidades de la mente humana, era alguien que tenía un don y había nacido para ser criptógrafo.» Rong Jinzhen es un chico fuera de lo común: educado por un extranjero en la China de los años veinte, vive una infancia solitaria, sumergido en su propio mundo. Pero pronto desarrolla un don que lo hace extraordinario. Rong puede ver lo que nadie más ve, sus conocimientos van más allá de lo que una persona corriente puede entender… 

Meditaciones y disertaciones de Criska sobre “El don”

Desde el principio “El don” se presentó como un misterio. Al preguntarle a su antigua dueña si le había gustado, se encogió de hombros y me contestó que fue un regalo y ni siquiera se lo había leído. No es comienzo muy prometedor, lo sé, pero esa circunstancia, lejos de desanimarme, alentó  mi curiosidad. Empecé a leerlo en caliente, sentada en el metro y en total ataraxia (no sabéis las ganas que tenía de meter esta palabreja que he aprendido de una de mis alumnas). El principio me pareció prometedor. En unas treinta páginas, media hora de metro a la sazón, Mai Jia había sido capaz de desplegar una genealogía familiar al más puro estilo de García Márquez en “Cien Años de Soledad”.  Sin embargo, la incógnita de “El don” no hizo más que acrecentarse a medida que pasaba sus páginas, pues si hay algo que rodee y describa la historia es precisamente el enigma. Enigmático y extraño es su protagonista, Rhong Jinzhen, del que haré unas reflexiones a continuación, como insondables son para mí su genialidad y, sobre todo, las disciplinas en las que se zambulle: las matemáticas y la criptografía.

Rhong Jinzhen, al igual que el libro que protagoniza, vino al mundo entre dificultades. A las complicadas circunstancias familiares, ya de por sí motivo de rechazo en la sociedad china de los años treinta, se une su extraño comportamiento; es, sin usar eufemismos ni paños calientes, un bicho raro que repele a casi todos los que le rodean. En este sentido, Mai Jia parece adelantarse a la actual tendencia de crear protagonistas diferentes, raros, y estirar sus rasgos distintivos hasta el extremo: el Doctor House o el delirante Sheldon Cooper de Big Bag Theory son buena muestra de ello. Lo diferente vende. Los productores de televisión creen haber encontrado la gallina de los huevos de oro, pero ellos no inventaron ésta fórmula. Mucho antes, por poner un ejemplo de los muchos de que hay en la literatura, Sir Arthur Conan Doyle nos regaló al díscolo Sherlock Holmes, abanderado de la rareza y la excentricidad, un personaje absolutamente brillante que más de un siglo después de su creación sigue inspirando series y películas. La diferencia entre Rhong Jinzen y sus compañeros de ficción es que, mientras el lector o el espectador desarrolla simpatía hacia los primeros, por irritantes, mordaces o hirientes que se muestren, en el caso del segundo es prácticamente imposible que eso suceda. 

El miembro más joven de la saga Rhong posee una rareza inquietante, deshumanizada. No me refiero a la deshumanización que otorga la vileza o la maldad, sino a una la falta de calidez y de impulsos vitales que lo asemejan más a una máquina que a un hombre de carne y hueso. He aquí la cuestión y, desde mi punto de vista la reflexión más interesante de su autor: ¿de qué sirven la inteligencia y la genialidad si su torpeza en los aspectos más básicos y cotidianos de la vida le impiden relacionarte de una manera sana y normal con el resto de su entorno? ¿Debe de ser el conocimiento meramente instrumental? Me parece una pregunta pertinente para una historia cómo esta, donde se nos presenta a un genio a la altura de Albert Einstein o Setephen Hawking, responsable de unos logros inimaginables en su campo y, sin embargo, con una inteligencia emocional nula. Un hombre capaz de hacer cálculos y desenmarañar códigos que se creían indescifrables para la mente humana,  no sabe manejar sentimientos como el amor, la frustración o el fracaso. Por eso Rhong Jinzen, en el fondo, es un ser frágil que corre el riesgo de romperse. Lo que plantea otra duda razonable ¿la genialidad y la locura son dos caras de la misma moneda? 

El extraño Jinzen está arropado por un elenco de personajes que, necesariamente, se mueven en el ámbito de la excelencia científica: sabios en matemáticas e integrantes de secciones gubernamentales super secretas. Algunos de ellos participan en la novela a través de entrevistas, en calidad de testigos, otorgando un formato poco convencional para una novela.  Mai Jia inventa un narrador para cohesionar la trama, un periodista que trata de reconstruir la biografía de Rhong Jinzen, héroe nacional con el que el país está en deuda y cuyos logros permanecen en el olvido a causa de la naturaleza secreta de su trabajo; de ahí que se intercalen pasajes novelados con entrevistas “transcritas literalmente”. Al incluir un narrador de éste tipo el autor consigue  crear cierto suspense, va dejando miguitas de pan que retrasan el desarrollo de la historia con un recurso al más puro estilo de los cuentos tradicionales, con elegantes “luego os contaré…”. De hecho, en su país el libro fue considerado un thriller de suspense psicológico, algo con lo que estoy en absoluto desacuerdo. Será que los críticos chinos no han leído a James Elroy o a la plétora de escritores nórdicos, reyes y reinas todos ellos de la novela negra, por no hablar de mi amado Pierre Lemaitre y su trilogía del comandante Camille Verhoven. Eso es suspense, señores críticos literarios chinos, thriller y novela más negra que la cabeza de un grillo, de esa que te encoje el alma y las uñas. Con “El Don”, a lo sumo, sientes un pellizquito benévolo de blanca curiosidad.

Dicho esto, aunque no se trata en absoluto de una mala novela pasará por mi vida sin pena ni gloria y, de no ser por este diario de libros, sé que en mi memoria la historia y la vida de Rhong Jinzen “cómo lágrimas en la lluvia” se irían al más puro estilo Blade Runer. Pero el mero hecho de que éste libro no haya entusiasmado a una servidora, no quiere decir que no sea una buena lectura para amantes de las matemáticas y los enigmas, enamorados de los personajes poco convencionales o para aquellos que se quieran acercar a la literatura contemporánea China. Absténgase los fans de la literatura negra  como el carbón, a pesar de lo que diga la crítica, creo sufrirían una amarga decepción.